Las historias que siempre cuento

Introducción

Estás historias siempre las he contado. Pero hasta ahora no las he podido escribir porque no tenía para quien hacerlo. Ahora lo hago para ti. Las escribo como ficción porque sé que así las leerás. Ahora espero, con todas las fuerzas de mi corazón, que algún día seas tú quien cuente una propia de estas. Y por fin llames tuya a esta realidad que yo llamo mía. #SoñadoraEmpedernida #HopelesslyHopeful


Veía las luces de la plaza en fila a través del parabrisas. Su calidez una tras otra a la distancia traía un poco de calma al empedrado entre las casas centenarias. Su orden contrastaba con lo que me faltaba. Me sentía perdida, sin una línea clara que seguir, sin luces que me guiaran.

«Pero esto de los treinta es una idea que me parece tan extraña a ti», me dijo mientras se estiraba hacia atrás en el asiento del conductor por la necesidad de cambiar de posición. Me pregunté qué tiempo habrá pasado desde que llegamos. ¿Ya han pasado horas?

«Es que siempre tuve una idea clara de quién quería ser en mis veintes,» traté de explicarme. «Sabía cómo se veía mi yo de veinte, soltera, profesional e independiente y ¡lo fui!»

«Y lo eres,» me corrigió. En eso él tenía razón. Aún tengo veintinueve, no he cumplido treinta todavía, pensé. Tomando su corrección, volví a plantear mi dilema.

«Pero no tengo una visión de mi yo a los treinta. ¿Cómo se ve? Ya conseguí lo que quería hasta aquí, ¿y ahora qué?», le dije sin ningún miedo aunque era la primera vez que lo decía en voz alta. Sabía que me escuchaba, que no estaba preparando una respuesta, sabía que entendía lo grande que era la pregunta y no la minimizaría. Dejamos que la última pregunta llene el espacio por unos segundos. La calle se había vaciado pronto por ser domingo noche.

«Tal vez, no vas a tener un plan para tus treinta…» dijo rompiendo suavemente el silencio que envolvía ya a toda la calle. «Tal vez sea porque este año, además de todo lo que has pasado, tuvimos una pandemia y no tuviste tiempo, ni cabeza para planearlo… Tal vez, lo tengas a los 31, no sé, pero no necesitas saberlo ahora…» Las luces de la plaza titilaban, me pregunté si era una ilusión óptica causada por la distancia o titilaban de verdad. Pero sus palabras parecían alinearse como ellas dentro de mí. Algo tuvo sentido.

«Tal vez…» ahora era yo hablando, «tal vez mi yo de treinta es una yo perdida… y está bien…». Giré hacia hacia él mientras se incorporaba moviendo su cabeza en aprobación como quien anima a otro cuando este ha entendido la técnica secreta y quieres que siga por ese mismo camino. Sus ojos tenían el contentamiento de haber ofrecido algo que se necesitaba aunque no se había pedido.

«¿Se me habrá acabado la buena racha de mis veinte?» me reí, «todo se me cumplió».
«¡Racha de una década pero!» me dijo riendo.

En ese momento, vi cada evento que marcó mis veinte levantarse uno tras otro como las lámparas de la plaza. Los recordaba nítidos. Se habían encendido a su debido tiempo cuando yo solo daba pasos de confianza en la oscura incertidumbre. Son historias que algunas se las he contado, otras solo a medias. Pienso que sería bueno que las sepa. O al menos esto es una excusa que mi yo de 30 necesita. Tal vez necesito conmemorar el pasado para asirme de confianza para el futuro. Tal vez necesito recordar que hay algo más grande que yo, que me tiene presente, y busca mi bien más de lo que imagino. Necesito recordar los detalles para no tomarlos por sentado por lo fácil que se dieron.

La primera historia que recuerdo es la de Los Semáforos. No puedo creer que no la he escrito aún. ¿Qué si comenzamos con esa? Igual es domingo noche, no hay nada que hacer, ni a donde ir. ¿Te parece?

(Tranqui, esta es la última historia en la que te nombro. De aquí nos vamos a 10 años atrás, donde todavía no nos conocíamos. Vamos donde a mi yo le rompieron los sueños, y luego cuando se atrevió a volver a soñar, se le cumplieron.)

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